Rusia 2024: elecciones con tambores de guerra
- Rogelio Regalado Mujica
- 25 mar 2024
- 5 Min. de lectura

Del 15 al 17 de marzo de este 2024 se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Rusia. Vladimir Putin consiguió su tercer mandato consecutivo con cerca del 88% de los votos después de que en 2020 se introdujeran las reformas a la constitución que le permitirían participar en este proceso. La cifra es polémica no sólo porque expresa la nula oposición política —su más cercano competidor, Nikolai Kharitonov, apenas consiguió el 4% de los votos— sino también porque da cuenta de la dificultad de construir alternativas para que el superpresidencialismo ruso no extienda su abrumador poder sobre los distintos niveles de la vida social.
Aunque ya muchos medios han comentado sobre las dudas que deja el proceso electoral, sobre todo en medio del aura conspirativa que rodea a la muerte de Navalny, el principal opositor de Putin que tal vez más por conveniencia que por convicción se convirtió en un campeón del liberalismo, una arista que es crucial resaltar tiene que ver con el empoderamiento del discurso anti-occidental que legitima las brutales acciones que pueden ocurrir en los próximos años, meses o días. Es decir, el discurso de Putin tras ganar las elecciones ha insistido, con su tradicional dosis de virilidad, en el antagonismo con un Occidente que se encuentra en declive y que busca en Rusia la posibilidad de revitalizar su hegemonía.
Sobre esto es importante enfatizar dos puntos: el primero, que Putin de cierta manera tiene razón. El segundo, que eso no implica respaldar las acciones del Estado ruso. La posición de Putin es comprensible desde el punto de vista de la responsabilidad que Occidente tiene en la toma de decisiones del ex agente de la KGB. Desde el colapso de la Unión Soviética, los países comandados por Estados Unidos se dedicaron a extender su influencia y a acelerar el neoliberalismo en Europa del Este, al mismo tiempo que mermaban la rebanada del pastel a un país que cuenta con misiles balísticos intercontinentales y que eventualmente terminaría por reclamar su tajada en nombre de la ‘seguridad nacional’. Este discurso, quien sea que lo pronuncie, poco tiene que ver con la protección a la población; más bien, significa ocupar el mejor asiento posible en los nodos de la acumulación de capital. En este contexto es que la presión occidental orilló a que una potencia como Rusia encontrara el camino más dramático para reivindicar su lugar en la mesa grande: la guerra. Ya han pasado poco más de dos años desde que comenzó la invasión a gran escala por parte de Rusia en Ucrania. A pesar de la condena internacional por lo que significa un conflicto bélico de esta dimensión, ni la resolución de Naciones Unidas, ni las sanciones económicas que presionan al sector empresarial, ni mucho menos la orden de detención a Putin por parte de la Corte Penal Internacional, han podido detener un conflicto que, después de las recientes elecciones, parece tocar con más fuerza sus tambores.
El segundo punto se explica si comprendemos que la provocación de Occidente ocurre en un mundo en el que los Estados se disputan el poder para obtener beneficios a partir de la autonomía relativa que premia el capitalismo. Esto quiere decir que entender la reacción de Putin contra Occidente como una especie de reivindicación libertadora-antiimperialista, es al menos incorrecto, si no es que pura nostalgia por la URSS. Ni Rusia (ni tampoco China), pueden entenderse como contrapesos emancipadores. Son contrapesos, efectivamente, pero que reproducen los esquemas de dominación que nos tienen al borde de la catástrofe. En este sentido, la llamada ‘izquierda’ —cuya nebulosidad nos convoca a discutir qué debemos entender por ese significante— se ha equivocado terriblemente al apoyar la invasión o mostrar su simpatía con Moscú. Por más que los sentidos se mezclen, estar en contra del poder de Occidente, no significa estar en contra de la dominación en general. Por supuesto que Occidente ha sido un gran representante del capitalismo, pero es no debemos olvidar justamente eso: que es un ‘representante’ y no el capitalismo en sí. En este sentido, Putin debe de ser considerado no como un gran ejemplo de la izquierda, sino del conservadurismo mundial; su larga administración debe juzgarse en ese tono.
Su reciente corroboración de poder a través de las elecciones expresa la continuidad de una agenda que pone más peligro sobre el mundo. Esto primero porque la crisis generalizada no ha hecho sino agravarse con las decisiones tomadas al momento. Por ejemplo, la destrucción de la presa Nova Kajovka en 2023 —que Ucrania atribuye a un ataque ruso— ha alarmado tanto por su importancia en la seguridad de la central nuclear de Zaporiyia, como por las consecuencias ambientales que ha provocado al devastar los ecosistemas del área. También, algunos medios han señalado el impacto en emisiones de CO2 causados por la naturaleza de la guerra y su dimensión, lo que parece alejar al planeta de los objetivos trazados en los Acuerdos de París que buscan limitar el aumento medio del calentamiento global por debajo de los 1.5ºc comparado con los niveles preindustriales. Por si fuera poco, el discurso de Putin tras la victoria ha reiterado la posibilidad de escalar a un conflicto nuclear en caso de que los ejércitos de Europa amenacen su soberanía. En un caso tal —al que por cierto los países de la Unión Europea no han podido responder de forma unificada, aunque Ursula von der Leyen, la Presidenta de la Comisión Europea, ha reiterado la necesidad de estar preparados para la guerra— las consecuencias en la dinámica crítica serían catastróficas para todas las formas de vida en el planeta.
Es importante destacar que el triunfo electoral también significa que el conflicto seguirá financiado sin límites, lo que implica el sostenimiento del llamado keynesianismo de guerra que explica en parte la base de apoyo del presidente ruso. Y aunque esta estrategia ha sido política y económicamente viable para su proyecto, los costos socioecológicos no dejan de ser brutales, además de que aún es muy pronto para saber si se puede sostener a largo plazo. Lo cierto es que, por el momento, la política del Kremlin incrementará el tamaño del ejército y obligará a Zelensky a hacer su parte para mantener la resistencia. La esperanza del líder ucraniano se mantiene en el apoyo que pueda recibir especialmente de la OTAN, aunque es complicado el respaldo absoluto de los Estados Unidos, que también está en año electoral, y cuyo Congreso no ha destrabado los fondos complementarios para Ucrania.
A nivel mundial, la guerra ha pronunciado también otros aspectos de la crisis, como el incremento de la intolerancia y los discursos de odio frente a las migraciones y los desplazamientos masivos de personas en un contexto en el que las condiciones de vida han mermado su calidad no sólo en el territorio en conflicto, sino en muchas otras partes del planeta por las redes de dependencia a nivel global, dejando a cientos de miles, quizá millones, sin otra opción que salir de sus hogares en medio de la incertidumbre más brutal.
Esta guerra, que fue parte central del tono de la campaña presidencial, es un ejemplo más del clima electoral que veremos en los próximos meses. Es probable que la tensión de la dinámica crítica sea absorbida por las instituciones oficiales de una forma similar a la que tiene lugar en Rusia, por lo que vale la pena insistir en la búsqueda de alternativas reales que resista a las opciones que aceleran el rumbo a la catástrofe.
Rogelio Regalado
*Investigación por Sara Centeno
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