top of page
Buscar

Lxs estudiantes y el desenmascaramiento de la democracia liberal

  • Foto del escritor: Rogelio Regalado Mujica
    Rogelio Regalado Mujica
  • 2 may 2024
  • 5 Min. de lectura


ree

Las y los estudiantes de distintas universidades, especialmente en Estados Unidos y en Europa, han estado en el foco de la prensa global a razón de las protestas contra la guerra en Gaza que han incrementado durante las últimas semanas. Lo que gran parte de los manifestantes exige es que las universidades dejen de recibir financiamiento de las compañías que participan en la industria armamentista u otros sectores que respaldan la ocupación que lleva a cabo Israel, levantando campamentos y organizando exhibiciones públicas que han incomodado a los tomadores de decisiones.

El asunto revela muchos de los elementos que nos parecen importantes en época de crisis y también en año electoral, tanto para la Unión Europea como para los Estados Unidos. Aunque las protestas no se han reducido a estas geografías, resaltan los sitios por ser los supuestos centros neurálgicos de la democracia liberal. Y es que se podría pensar que, precisamente por la tradición democrática que impulsan, la libertad de expresión, elemento fundamental para su realización, se práctica entre la comunidad estudiantil en un ejercicio pleno que da paso al diálogo entre sociedad civil y las instituciones pertinentes. Pero siquiera presuponer algo así ya es muestra de una desmesurada ingenuidad, sobre todo con la trayectoria represiva que rodea a los países del norte ante este tipo de demandas.

Lo que está ocurriendo nos permite señalar la ruptura de un mito que indica que el actual fracaso de la democracia se limita a regiones del mundo en donde ni siquiera se ha podido alcanzar con profundidad. Es decir, una cuestión que se ha construido sobre la imagen de la democracia en muchos países del sur global, es que sus sistemas políticos, mediados por la corrupción y la falta de capacidad técnica, no han podido consolidar democracias eficientes que satisfagan la lista de requisitos de los ‘buenos’ gobiernos. En realidad, esto sólo es cierto si se limita a la democracia a las instituciones de gobierno y particularmente a su ritual electoral que queda cristalizado en un sistema político dado. Pero si la política democrática se plantea en un sentido mucho más amplio, como hemos intentado insistir a lo largo de estas semanas, el denominado ‘sur global’ muestra toda su riqueza en procesos de construcción de toma de decisiones colectivas, en donde las organizaciones comunitarias han tomado históricamente formas asamblearias y otros tipos de participación directa —en muchos casos con procesos menos jerárquicos que en el norte—, permitiendo la reproducción de la vida incluso en situaciones que, especialmente por factores externos, se presentan con desproporcionada hostilidad. Precisamente en el sur global o en muchos otros lugares donde los macroindicadores determinan el fracaso, se presentan una gran cantidad de ejercicios para aprender otra forma de hacer política, lo que al mismo tiempo desmienten el mito del norte y su racista insistencia en el atraso civilizatorio.

Pero el espejo norteño además se ve resquebrajado por su propia mano. Como mencionamos al inicio, lo que está pasando actualmente en las universidades hace evidente las limitaciones frente a su ideal democrático. En realidad, lo que nos están diciendo es que la democracia sólo es posible cuando las preferencias coinciden con lo permitido por la lógica dominante. En esta ocasión, el punto de referencia lo puso la Universidad de Columbia en Nueva York. Desde mediados de abril las protestas comenzaron a ser reprimidas sistemáticamente por parte de una colaboración entre autoridades de la misma universidad y de la policía del Estado.

La razón para terminar con los campamentos que el estudiantado había instalado para llevar a cabo sus demandas es que generan inseguridad en el resto de la comunidad. La medida es más bien un alineamiento con el discurso republicano que las autoridades de la universidad —en especial su presidenta, Minouche Shafik— han reproducido para justificar sus acciones. Aunque al momento medios indican que van más de mil estudiantes detenidos en distintas universidades, la ola de protestas sigue extendiéndose y ya la memoria comienza a conectar con los movimientos contra la guerra de Vietnam y las luchas por los derechos civiles. Justamente esta fuerza de la memoria tomó un potencial mayor cuando se ocupó el Hamilton Hall, un edificio histórico en Columbia que desde ahora lleva el nombre de Hind Rajab, una niña de seis años víctima del terror en Gaza, y que también fue tomando durante los años 60’s. En las mantas que despliegan las y los protestantes se asoman los mensajes de liberación que conectan el desmoronamiento general de la narrativa democrática occidental, como lo muestran, por ejemplo, las pancartas que reviven a Tortuguita, el activista ambiental de 26 años que fue asesinado con 57 balas disparadas por la policía de Atlanta en el 2023.

La toma del edificio ha sido calificada como un acto violento que desata la anarquía en la universidad y que justifica la entrada de las fuerzas del Estado para reestablecer el orden. El mismo Joe Biden se ha pronunciado en este tenor contra las protestas, pero lo más dramático es que ha reproducido el mismo discurso de Netanyahu que califica a las manifestaciones de antisemitas. No es sorpresivo que un político —o más bien muchos en Occidente— instrumente el antisemitismo como una estrategia para justificar sus atrocidades, aunque al final les importe muy poco el sufrimiento de las víctimas. El problema en realidad es que la misma posición se ha instalado en las contraprotestas, reclamando que los campamentos que demandan el fin de la invasión en realidad son un atentado contra las comunidades judías. El recurso al antisemitismo, que es delicado porque tampoco se puede negar su proliferación en los últimos años, es una manera vil de legitimar lo que no puede defenderse, pero de igual manera parece que seguirá movilizando. En este tenor, la lógica amigo-enemigo que se ha establecido frente al conflicto es una lanza que la política maniquea porta con singular alegría. En la otra forma de hacer política, por tener como objetivo la emancipación radical, debemos alejarnos de ese esquema sin abandonar el principio de oposición al terror.

En este sentido, la comunidad estudiantil ya ha mostrado su creatividad en distintos momentos enarbolando demandas que no se limitan a lo posible. El desafío actual se sabe que va mucho más allá de la toma de edificios y de acampar en las plazas públicas. Estas expresiones no son sino símbolos de la ruptura del orden y en su búsqueda ya han hecho temblar a presidentes, llámense Biden o Milei, con una organización que revela el potencial de construir lo alternativo en tiempos de crisis. Así, el solo hecho de conseguir desenmascarar el contenido de la democracia liberal puede entenderse como un atributo importante, pero lo es aún más el poder de convocatoria a través de la solidaridad, el reconocimiento mutuo y la posibilidad de generar puntos de encuentro que fomenten los impulsos creativos para navegar el desastre.

Al menos por hoy se ha vuelto mucho más importante dar seguimiento a lo que está sucediendo con los estudiantes en las universidades estadounidenses que lo que pasó, por ejemplo, en el  segundo debate presidencial en México. Frente a más de lo mismo, hay una luz que atenta contra los políticos profesionales; una luz que levanta el puño así en las calles de Buenos Aires como en las de Nueva York.

En medio de la crisis, la organización de la otra política nos revela contundentemente que siempre quedan lxs estudiantes.

*Fotografía de Alex Kent/Getty Images

 
 
 

Comentarios


Envíame un mensaje y dime lo que piensas

¡Gracias por tu mensaje!

© 2035 Creado por Tren de ideas con Wix.com

bottom of page