El triunfo de Sheinbaum y la advertencia sobre el aparente ridículo de la oposición en México
- Rogelio Regalado Mujica
- 15 jun 2024
- 5 Min. de lectura

Las elecciones presidenciales en México se llevaron a cabo el pasado 2 de junio sin sorpresa alguna, a excepción tal vez de la que se llevaron los militantes ingenuos y un puñado de despistados que en su cámara de eco reprodujeron una y otra vez la fantasía de clase que les moviliza. Al final de cuentas, ganó la candidata del partido oficial por un margen terriblemente amplio para lo que concierne a una democracia representativa considerada como ‘sana’. Además, Claudia Sheinbaum Pardo será la primera mujer en el cargo, por lo que México, un país símbolo del machismo, tendrá a una presidenta incluso antes que los Estados Unidos. De hecho, esto fue lo que celebraron la mayor parte de las portadas de los diarios internacionales al día siguiente de la elección. Como ya mencionamos en el texto anterior en el que hablamos sobre el debate presidencial, la sustancia de lo que significa una mujer en el poder ejecutivo tiene límites considerables frente a los desafíos que tenemos, pero este texto no busca centrarse en ese aspecto. En realidad, lo que nos parece más importante comentar tiene que ver con lo que sucedió tras la elección y lo que creemos que despierta las alarmas para los años que viene.
Particularmente, es preocupante la reacción de la oposición. Aunque a primera vista no fue más que un ridículo desproporcionado, la coalición de partidos que abanderó a Xóchitl Gálvez —una representante caricaturesca del aspiracionismo de clase— aún con cerca de 30 puntos de desventaja en las encuestas previas a la elección, reclamaron el triunfo apenas terminando la jornada electoral sin ninguna evidencia de respaldo; posteriormente, salió a reconocer que los resultados no le favorecían y felicitó a Sheinbaum por su triunfo, sólo para que, al día siguiente, se comenzará una campaña para impugnar los resultados de la elección por supuestas irregularidades en el proceso, incluida la intervención del Estado.
La lectura podría ser simple: el suceso no es más que un espectáculo provocado por asesores políticos de reducida inteligencia. Y aunque no cabe duda de que podría ser cierto, o que seguramente es un factor, seriamos tan reduccionistas como ingenuos al no dar cuenta del resto de elementos que se concentran en estas acciones. No es casualidad que, en muchas de las elecciones actuales, los líderes de una derecha cada vez más radicalizada tiendan a rechazar los resultados incluso antes de saber si les favorecen o no. Esta estrategia se coloca codo a codo con otros significados que juntan a la crisis de la democracia liberal con la victimización irracional.
En tanto las promesas de la democracia liberal y sus instituciones han perdido cada vez más credibilidad y dejan ver su rostro desnudo protegiendo el mundo tal cual es, parece que la respuesta principal se canaliza en las sombras. Las fuerzas de la llamada extrema derecha están extrayendo capital político de este hecho, enfatizando la falsedad de las instituciones y vinculandolas a todo un mundo de corrupción e injusticias que hacen eco en el campo popular. En esta acción la geometría política se estira hacía su campo: ahora cualquier defensor de la tradición representativa puede ser de la ‘despreciable’ izquierda.
Este impulso autoritario y golpista no necesariamente se encuentra en lo que está sucediendo con las elecciones en México, pero sí nos muestra cómo se está tejiendo un escenario que puede saltar del mentado ridículo a la movilización más determinante. Aunque el triunfalismo de Morena, el partido dominante, celebre el aplastamiento mortal de la oposición, debemos de ser cautelosos con el poder que se puede adquirir en los próximos años.
Como hemos insistido, la crisis generalizada nos conducirá a desafíos que el Estado sólo puede gestionar. En este proceso, como la historia ya nos lo ha hecho ver, se acumulan cientos de miles, tal vez millones, de víctimas reales. En otras palabras, la versión progresista de Morena no sólo no podrá contener los efectos de la crisis y su probable golpeo en los sectores más vulnerables, sino que además será participe de su incremento en el ánimo de conservar los paradigmas tradicionales en los que opera el capital mundial. Los megaproyectos que continuarán su marcha y los que se programen en tiempos futuros, seguirán sosteniendo la lógica del desarrollo que ha contribuido ampliamente a la acumulación de la desesperanza. La pregunta es qué pasará cuando las energías que sostienen a su proyecto político se agoten.
Es muy importante tener en cuenta que la fuerza popular de Morena no proviene de una organización sólida y compleja en la base del pueblo mexicano. Es cierto que hubo un proceso de constitución reflexivo en algunos sectores de la población que necesitó de una gran cantidad de esfuerzos colectivos y que derivaron en la conformación del partido, pero no hay que perder de vista que su pilar fue y sigue siendo el liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador y su expertis político que canalizó el hartazgo popular contra la clase política del país. Este argumento nos parece importante porque señala también que la política de Morena requirió de lo mismo que cualquier otro grupo oficial para consolidar su poder: una serie de pactos y alianzas que sienta a una gran cantidad de impresentables en su mesa.
Claudia Sheinbaum es menos AMLO que nada en el aspecto carismático y tampoco parece tener su capacidad de estratega. Si las tendencias continuan, el pronunciamiento de la crisis hará que todos los defectos parezcan más grandes. La unidad triunfalista de Morena que tiene una mayoría aplastante en el país, es muy frágil y sus intereses internos pueden estallar en conflicto como ya lo han hecho en varias ocasiones durante la presente administración. En ese contexto puede revelarse el momento más importante para la derecha victimaria.
Uno de sus aspectos más peligrosos es que pueden volver al punto que los progresistas intentaron rodear y que parece ser el único proyecto de marketing viable para la clase política: la mano dura. Ya lo comentamos con el caso panameño, pero es mucho más enfático en el de Bukele. La estretegia punitiva, apuntalada por la militarización y por lo tanto la represión más brutal, se asoma en muchos pueblos latinoamericanos y en otras partes del mundo como la vía más veloz para hacersde del poder. Es crucial poner atención en cómo crece esta narrativa y evitar que un eslogan de campaña tal nos atrape.
En la reorganización de la oposición, esta derrota puede significar el pronunciamiento de los esquemas más exitosos en la movilización popular. Seguir el llamado modelo Bukele no parece lejano, y menos todavía en el caso mexicano cuya historia reciente ha vivido ya medidas similares en la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’, en la que además la interiorización de la violencia se hizo la norma, lo que hace tolerable cosas que no lo serían por mucho en un contexto distinto. De hecho, el discurso de la Xóchitl Gálvez ya está en ese tenor: en sus impugnación de las elecciones pone en el mismo campo semántico al presidente y al crimen organizado.
Elementos similares a los comentados los tiene disponibles para su acuerpamiento político una derecha que ya no sólo es racista y clasista, lo que lamentablemente es una característica popular en México, sino que además puede desfogar de su vientre la ira reprimida en la que se encuentran muchos y dirigirla hacía sectores específicos que sufran con la peor de las violencias el peso de su modelo.
Sí, es cierto: hoy parece una oposición ridícula, como una caricatura ya sin dientes. Pero hay que tener cuidado, porque más que desdentada y al borde del colapso, está mudando su piezas a unas más afiladas que prometen devorarlo todo.
Fotografía de Reuters/Alexandre Meneghin
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