El debate presidencial en México o el arte de hablar en el silencio
- Rogelio Regalado Mujica
- 10 abr 2024
- 5 Min. de lectura

La noche del domingo 7 de abril se llevó a cabo el primer debate presidencial como parte del proceso para las elecciones federales que se celebrarán este 2024 en México. El evento mostró lo que ya es una costumbre en la cultura política del país, es decir, un espectáculo burlesco que se reveló en la infinita cantidad de memes que inundaron las redes sociales en tiempo real.
La experiencia mexicana no es una excepción en la conducción de este ritual, más bien representa la regla: en los llamados ‘países periféricos’ las cosas son así, aunque en el norte global cada vez son menos extrañas este tipo de demostraciones. Nuestro comentario, sin embargo, no pretende centrarse en la falta de seriedad de las candidatas o criticar la caricatura que nos quieren hacer pasar por debate. De alguna manera, a partir de razones históricas que se trenzan con el colonialismo, se puede explicar que en muchos países del sur el comportamiento político se dé en los mismos términos que presenciamos en México, sin que esto signifique que la disputa por el poder sea poco compleja. Decir lo contrario puede contener tintes que rayan en el racismo o en la eterna búsqueda de ‘ser como ellos’.
Tal vez la crítica debería de concentrarse menos en la ausencia de un diálogo profundo, sin ataques personales, bromas absurdas o errores técnicos por parte de los organizadores —tal como lo hace la gente seria y civilizada del norte— y más en resaltar lo que, en medio del espectáculo, oculta significados del poder que guían a quienes aspiran a comandar el gobierno.
En este sentido, hay algunas cuestiones del contexto mexicano que vale la pena comentar. Lo primero, es básicamente un hecho que México tendrá por primera vez a una mujer en la presidencia. Como las encuestas lo sugieren, Claudia Sheinbaum, candidata de Morena, el actual partido en el poder, tiene una muy amplia ventaja en las preferencias electorales, lo que seguramente ha incrementado tras el primer debate. Su competidora más cercana, Xóchitl Gálvez, representa a la coalición de oposición ‘Fuerza y Corazón’ —conformada por el PRI, PAN y PRD— que hasta antes del ascenso de Andrés Manuel López Obrador rivalizaban entre ellos. El tercero en la contienda es Jorge Álvarez Máynez, quien en realidad no es una opción para ocupar la presidencia, pero sí de construir una carrera política más sólida —teniendo en cuenta que hasta muy recientemente era un completo desconocido en la vida política del país— y conseguir algunos puntos que posicionen a su partido, Movimiento Ciudadano, que también goza de un ascenso discreto, nada comparado con el fenómeno de Morena, tras el estrepitoso derrumbe del PRI y el ahogamiento tanto del PAN y como del PRD.
La cuestión es que la espera por una mujer que quiebre el llamado techo de cristal se terminará el 2 de junio. No cabe duda de que la política liberal celebrará el acto y sus agentes lo emplearán inmediatamente como un instrumento contra las denuncias que lo involucran en el sostenimiento del sistema patriarcal, pero más allá de lo que significa para ese sector a priori, el hecho tiene que ayudarnos a entender de mejor forma los límites y alcances del orden en que habitamos.
Tratar la situación de las mujeres enfáticamente no debe de tener ninguna exigencia por el género de las candidatas; debe de ser así por la terrible crisis de violencia que se experimenta en el país. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía informó en el 2021 que de 50.5 millones de mujeres en el país, lo que comprende a la población mayor de 15 años, poco más del 70% ha sufrido al menos un incidente de violencia en su vida, siendo los tipos psicológico, sexual y físico los que se presentan con mayor frecuencia. ONU Mujeres difundió que en el 2023 entre 9 y 10 mujeres fueron asesinadas cada día, registrando 3,439 en total, de las cuáles 25% se investigaron como feminicidio. Lo alarmante del caso exige una política radical que parece estar muy lejos del espectro de las candidatas. Sus planteamientos apenas si tuvieron alguna diferencia con la política pública implementada por los gobiernos actuales y sus propuestas adicionales están apenas desarrolladas en sus plataformas.
Esto quizá sea una evidencia de los problemas del empoderamiento en clave patriarcal que también se mostró en el debate: Xóchitl Gálvez apeló una y otra vez a los esencialismos que muchas mujeres han intentado combatir —la candidata hizo parecer que no hay peor descalificación a una mujer que su poca sensibilidad, como lo significó al llamar a Sheinbaum ‘dama de hielo’ en reiteras ocasiones—. Por su parte, la abanderada de Morena no pudo articular ninguna respuesta contundente sobre temas que tienen un alto costo político pero que son de gran interés para la lucha de mujeres, como el acceso seguro y gratuito al aborto, aunque no tiene pudor en indicar que su gobierno será el de la 4T Feminista.
El enfoque sobre la violencia a las mujeres es un ejemplo de lo mucho que nos dice el silencio en el debate sobre otros aspectos de la crisis generalizada. En este sentido, el tema ambiental, vale la pena decir, se trató de una manera terriblemente superficial, aunque en México se han desatado una serie de olas de calor y en este momento se registran 75 incendios forestales activos, además de la crisis del agua que en febrero de este mismo año ya tenía a 15 Estados de la federación con indicador de sequía extrema. En materia de seguridad, tampoco hay grandes cambios con respecto al rumbo tomado al momento: el oficialismo insiste en dotar de poder a la Guardia Nacional y mantener el papel de las Fuerzas Armadas en la vida pública del país, aunque ambas instituciones han sido denunciadas por organismos internacionales y colectivos del campo popular por hostigar y agredir a los defensores del territorio y comunidades en resistencia que se oponen a los proyectos de desarrollo. Por su parte, la candidata de la coalición ‘Fuerza y Corazón’ critica la estrategia actual, pero plantea acciones que en la historia reciente del país han resultado todavía más brutales, como la participación del ejército en la llamada guerra contra el narcotráfico y la creación de una prisión de máxima seguridad que tiene aroma a Bukele. Con respecto a la energía, la situación no es diferente, aunque es difícil esperar una política diametralmente opuesta a la del momento en un país dependiente de la extracción de recursos fósiles. Sin embargo, un punto para la crítica puede ser precisamente ese: dar cuenta del límite que la política oficial tiene, independientemente de las estrategias que tome, al estar inserto en el marco estatal. Esto no quiere decir que simplemente las respuestas que necesitamos están en la radicalidad popular, pero al menos en muchos de estos espacios no se ignora el problema y se lanzan preguntas incomodas. Es preocupante que un Estado dependiente del petróleo no mantenga esa misma actitud, aunque lo haga por razones distintas a las que buscan una vida digna.
En conclusión, lo que queremos acentuar sobre el debate es que debemos de concentrarnos menos en su espectáculo y poner más atención en los detalles, en los silencios, en las evasiones... puede que nuestras demandas no tengan que exigir políticos con más estilo, preparación o, peor aún, fineza —en muchas ocasiones ya se ha mostrado que este tipo puede ser todavía más peligroso que el actual— sino que podemos poner el foco en lo que excede sus capacidades —las de cualquiera— es decir, quizá podemos concentrarnos en exigir aquello que no pueden ofrecernos porque simplemente supera sus compromisos.
En México puede que la elección presidencial esté básicamente dada, pero buena parte de lo político sigue estando en nuestro campo.





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